Amar con Zapotlán

Nunca salí de Zapotlán, de modo que toda mi carrera amorosa, por así decirlo, ocurrió ahí entre esas viejas calles. Hasta podría decirse que mis mujeres fueron a Zapotlán a ser amadas por mí. Cosa curiosa, jamás tuve una mujer de mi propio pueblo (aún así, las más queridas, las gemelas de nombre, fueron las únicas de Jalisco).

Juan José Arreola, amoroso con todas las mujeres, lo sabemos, decía que su novia eterna era Zapotlán. Yo no sentí esa separación necesaria para llegar a amar así a mi pueblo. Por el contrario era yo y mi pueblo tan unidos que bien puedo decir: «yo no amo a Zapotlán, amo con él». De modo que recorrer de la mano de la amante las calles de mi ciudad era decir:

te quiero con esa iglesia de los 2 mil muertos;
te quiero con esta calle que se pierde allá abajo en el terreno;
mis caricias son el frío que sientes con el viento;
soy tuyo cuando comes el fruto oscuro bajo el cielo,
entro en ti, en lo que miras un poco lento
y te amo con la gente, con mis muertos,
con todas las cruces y las aguas y las plantas y el lado seco;
no te amo yo con mi corazoncito pequeño,
te amo con Zapotlán entero,
su círculo de montañas y su azul cayendo.