Vecinos I

Don Abraham y doña Mica fueron los abuelos de toda una estirpe de hombres y mujeres trabajadores y humildes. Algunos de sus nietos formaron, junto a otros vecinitos de la edad, la pandilla de la que yo formaría parte. 

Recuerdo muy en particular su casa. Una habitación que daba a la ventana de la calle, un pequeño patio siempre lleno de luz, otra habitación más y, al fondo, la parte más interesante de la casa, un patio con un guayabo al centro. Esto en particular le daría el carácter y el punto básico para mis recuerdos. Las guayabas caídas y a veces pisoteadas inundaron de tal forma con su olor a esa casa que hoy siempre asocio a estas frutas con esa familia. 

También en ese patio había un pizarrón donde, no sé quién, escribió una lista que iba incrementando lentamente con las marcas de algunos autos que había en la ciudad y en el mundo, una muestra de la cultura cosmopolita y local de nuestra gente. 

Entre vecinos, ellos en particular y muy en especial doña Mica, había una costumbre muy humana, y en lamentable desaparición, que consistía en compartirse comidas entre ella y mi madre. Así nos enteramos de algunas preparaciones muy diferentes y de sabores únicos que doña Mica hacía para su familia. En particular recuero una capirotada de agua que hacía para la Semana Santa. 

Don Abraham tenía un hermoso perro cocker spaniel llamado “Minuto” que sería padre (¿quién sería la mamá?) de varios cachorritos, de esos me regalarían uno al que yo le llamaría el “Segundo”, por ser el hijo pequeño de las horas y los minutos. No recuerdo la suerte de este cachorrito. 

Quise, y me quisieron mucho, a esta familia con quienes compartimos, además de toda la hermandad y la dicha, la vecindad inmediata de nuestras casas. Como todas las historias de las que ahora me doy cuenta, los nietos y sus hijos ya se dispersaron una vez muertos los abuelos. Una verdadera lástima. 

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