Vecinos II

Ya en la calle Leandro Valle, el callejón, como le llamábamos, vivían los De la Cruz Rodríguez. Don Raymundo y doña Esperanza, padres de seis hijos (Mario, Esperanza, Bertha, María, Manuel y Lilia) guardaron estrecha relación con mi familia. Don Raymundo era un personaje muy interesante por dos motivos: sabía hacer jabón y afinar guitarras. Para nosotros que queríamos aprender a tocar ese instrumento, la afinación resultaba algo básico que no cualquiera podía hacer. A don Raymundo le faltaba medio dedo, un pulgar, que había perdido en uno de esos días en los que cortaba jabón parar dar forma a esas barras, para ello se usaban cuerdas muy finas, según nos contó. 

Manuel era mi amigo, y precisamente por su influencia yo quise ser cantante de esos que usaban la guitarra para enamorar a ls mujeres. Esta familia tenía también afición por los radios de banda ancha y habían montado uno en uno de los pasillos de su casa. Alguna vez me lo llegaron a prestar. Para participar en las conversaciones radiales tenías que usar un pseudónimo clave para comunicarte con los demás, yo elegí el de “Submarino Amarillo” (por supuesto que ya los Beatles eran mis ídolos). En aquel entonces yo estaba en primaria, quién iba a decir que luego ese nombre sería mi apodo de estudiante adolescente: Yello, del Yellow submarine. 

Doña Esperanza se apellidaba igual que mi madre, Rodríguez Sánchez, otra cosa más que las hermanaba, y la llegamos a considerar una especie de tía. Visitábamos su casa con frecuencia. Ella tenía una sazón insuperable en los terrenos de la cocina, jamás he probado una mejor carne en su jugo que la que ella hacía. 

Mario, el hermano mayor, se fue a vivir a los Estados Unidos y ya nunca lo volví a ver, ni siquiera en las fiestas para los hijos ausentes en octubre. Ignoro el motivo de su ser huraño. 

Con Manuel, muy chicos, vivimos un episodio que llenó de miedo al barrio completo y soltó las lágrimas de mi madre. Resulta que la feria ya se había instalado en el jardín municipal de nuestra ciudad. Manuel me propuso que nos fuéramos a los juegos, simplemente a verlos. Fuimos y regresamos, pero me dijo que volviéramos a ir. Así lo hicimos, pero para esta segunda ocasión ya nuestras madres estaban desesperadas buscándonos. Pidieron a los vecinos que les ayudaran a encontrarnos. De tal búsqueda se enteró un señor del que jamás supe quién era y nos encontró allá en el centro en su bicicleta panadera. Nos llevó a casa. Manuel recibió tremenda golpiza para que no repitiera la hazaña, mientras que mi madre lloraba abrazándome. 

Don Raymundo y doña Esperanza murieron ya, lo cual lamento profundamente. 

Deja un comentario